sábado, 22 de octubre de 2011

Contubernio

Parece una secuencia de dibujos animados:el gatazo negro burlado por la pillería de los ratones. La gracia aumenta si recordamos que el gatazo era un conspicuo representante del integrismo mular (por su similitud con el de los mulás, por las coces que propinaba a cuantos disentían de sus prescripciones y por la esterilidad de su doctrina), colaborador asiduo de "¿Qué pasa?" y perpetrador de libelos de moralina infumable como el intitulado "Opción insoslayable: reconquista moral o desbordado libertinaje". Me hubiera gustado participar de la burla para resarcirme del sofoco que este Pelayo de la moral me había hecho pasar un año antes. En una carta a mi hermana, que estudiaba interna en el colegio de las Carmelitas de Valladolid, me despachaba yo a gusto sobre el Prefecto y el Vicerrector -a la sazón los P.P. Unquera y Carro, creo- sin sospechar que aún había sitios en los que persistía la abominable práctica de la violación de la correspondencia. La indina de la superiora, viendo en mi rebeldía adolescente una amenaza para la cristiandad, remitió la "materia peccans" al gatazo, al tío de la Venerable Teresita -eso sí que es contubernio y no el judeomasónico. Requerido a su presencia, esgrimió ante mi pasmo el cuerpo del delito como si sujetara entre índice y pulgar el hilo del que pendía mi vida. Las averiguaciones que sobre mí había hecho le habían descubierto que formaba parte de los "reformistas" (¿recordáis aquel pronunciamiento romántico que pretendió modificar los estatutos de la santa institución?) y que era lector de Unamuno y de Ortega -qué horror-, pese a lo cual parece que quedaba en mí un diminuto islote de probidad desde el que, con la ayuda de Nuestro Señor y la Santísima Virgen, cabía iniciar la reconquista moral y eludir el desbordado libertinaje al que me conducía inevitablemente la protervidad de mis lecturas, de las que me conminaba a abominar de inmediato si quería que la carta no llegase a las alturas ejecutivas que decretarían mi expulsión fulminante. Por suerte o por desgracia, este Savonarola decía las cosas con un tonillo saltarín que aligeraba la hirsuta lobreguez de su pensamiento, una especie de cadencia dactílica que movía a risa y que Damborenea, creo, tuvo la osadía de remedar ante sus propias narices: "Muchacho, tú me imitas." "No, padre; no le imito. Yo hablo así." En fin, creo que he desbordado con creces los límites de lo que debe ser un comentario. Saludos.
 Alfonso Fernández.
21 de octubre de 2011 11:24

6 comentarios:

Alejandro Rivas dijo...

Algo sí que lo has desbordado, Alfonso. Pero no en el sentido que tú apuntas sino en otros más sutiles. Ya sabes, hay que dejar esta fórmula para los "de pocas palabras".
Recuerdo a los que sientan la tentación de comentar algo que la mejor opción para cumplir el trámite de "Elegir identidad" es pinchar en Nombre/URL. Ahí ponéis vuestro nombre para que sepamos quién escribe y ... a publicar!

Así que, con tu permiso, Alfonso, paso tu "comentario" a la categoría de "entrada"

Pepe Prieto dijo...

A propósito de lecturas prohibidas y con el anuncio del cese de la violencia por parte de Eta, me he acordado de un libro que circuló en sexto forrado con papel, como si fuese un manual de comentario de textos para pasar de incógnito, además de esconderse bajo los colchones y el tema era la represión en Euskadi y el sentimiento nacionalista, escrito por un cura. ¿Alguien se acuerda de su título y autor ? Pues fuimos varios los que lo leímos.

Alejandro Rivas dijo...

Sería Castillo Puche (1919-2004)? Participó en el bando republicano y estuvo entró en Comillas al terminar la guerra. En mis tiempos los jesuitas hablaban de él como de un maldito. Yo no llegué a leer ese libro "secreto" que citas pero me consta que ha escrito en esa línea.
Por cierto, en esa temática de las lecturas prohibidas y la censura, algún día me gustaría comentar el enorme interés que nos producían algunos textos clásicos (no recuerdo bien si era la Ilíada, la Odisea, o los dos)especialmente aquellos trazos negros que tapaban párrafos completos...
Es curioso cómo los recuerdos del tipo "cebolleta" pueden estar tan enlazado con las reflexiones más profundas de nuestro pasado comillés...
Alejandro

Alejandro Rivas dijo...

¿Alguien conserva algún ejemplar "censurado"? Sería interesante comparar con una edición "libre" y analizar lo que aquellos santos varones sospechaban que podía inducirnos al pecado...

Alfonso Fernández dijo...

De los muchos tachones, el primero que me viene a la memoria es el que enlutaba la última estrofa de "La desesperación" de Espronceda, que, lógicamente, todos nos sabíamos de memoria: "Me agradan las queridas / tendidas en los lechos / sin chales en los pechos / y flojo el cinturón,/ mostrando sus encantos / sin orden el cabello /al aire el muslo bello... / ¡Qué gozo!, ¡qué pasión!" De las trece octavillas italianas que componen el poema sólo tachaban ésa y en cambio no tachaban otras como "Me agrada un cementerio / de muertos bien relleno, / manando sangre y cieno / que impida el respirar, / y allí un sepulturero / de tétrica mirada / con mano despiadada / los cráneos machacar." o como "La llama de un incendio / que corra devorando / y muertos apilando / quisiera yo encender; / tostarse allí un anciano, / volverse todo tea, / y oir cómo chirrea / ¡qué gusto! ¡qué placer!" Indudablemente es mucho menos peligroso para el alma cándida de un seminarista una brocheta de anciano que un muslo bello al aire. No me reprendas, Alejandro; esta vez las palabras las pone Espronceda. Saludos. Alfonso.

Pepe Prieto dijo...

Castillo Puche escribió la novela "Sin Camino" que recuperé el año pasado en una librería de viejo. El tema es el fracaso de una vocación sacerdotal y cuyo episodio más sonado es una noche de putas , la noche que se incendia Santander. Es cierto que no deja en buen lugar el entorno y fondo de los jesuitas, aunque hay atisbos de humanidad como el hermano Castillo. Qué buena persona y qué peinado, que aprenda Anasagasti.