jueves, 13 de diciembre de 2012

Anfitrión e invitado

Ahí van las del cabrito:
Y recordando versos, no logro saber por qué, me vienen aquellos de Baltasar de Alcázar dedicados a la cena. Me extraña que nadie los haya citado en tan numerosos encuentros gastronómicos. Pues aunque el género y nobleza de la morcilla no coincidan, y cambiando el nombre de la "hermana":
¡Qué oronda viene y qué bella!
¡Qué bizarro garbo tiene!
Yo sospecho, Esther, que viene
para que demos en ella.
....
(si quieres recordarlos completos... pregunta a Google)

3 comentarios:

Alfonso Fernández dijo...

Nos engaña Alejandro cuando declara no saber nada de preceptiva. En la disposición de las fotos se sirve astutamente de la figura que los antiguos llamaban "hysteron próteron": pone primero la del postre, que debería ser última, y luego la del cabrito. El que las ve ser pregunta por la razón de la hilaridad unánime que muestra la primera. La tarta de manzana no puede ser pues, por suculenta que se presuma, nadie la ha probado todavía. Tiene que ser algo que ya está obrando dentro. Y eso es lo que nos descubre la segunda foto: el cabrito, el cabrito sojuelense que trincha Lino en su doble condición de anfitrión y conspicuo platónico (¿alguien puede dudar de esto a la vista de esa hectárea larga de frente deforestada por el estudio y la reflexión?). La mirada del Camarlengo tiene fijeza depredadora. Alejandro, en cambio, recordando tal vez sus tiempos de ganadero, parece sentir piedad por el animalillo, como si lo imaginase triscando por los cerros ignorante de lo que le tenía reservado el destino. Ahora bien, lo que mejor ilustra la virtud euforizante de la carne del cabrito es la cara del Camarlengo; compárese el gesto serio anterior a la ingesta (foto inferior) con el sonriente posterior a la misma (foto superior): ¡qué alegría, qué satisfacción, que brillo de ojos y de nariz!
Lino, deberías patentar el cabrito sojuelense como antidepresivo.
Alfonso

Lino Uruñuela dijo...

Creo que te equivocas, Alfonso, la hilaridad no está producida ni por los estupendos productos de la huerta de Alejandro ni por la magnífica tarta de manzana patentada por Cristina ni por el cabrito sojuelense que aparento trinchar (inmediatamente después de la foto Esther me quitó las tijeras antes de que lo destrozara...); la hilaridad la produjo la media docena de botellas de Rioja que aportó el galeno Somalo como mejor medicina para restablecernos a todos y que fue descorchando el Camarlengo como si hubiera sido sumiller toda la vida.
Ah! y la hectárea larga de frente deforestada se debe a que tengo el "síndrome de Leza"...

Alfonso Fernández dijo...

¡Lo que son las cosas! Fíjate, Lino, que a mí la medicación que estoy tomando me produce el síndrome de Jones (que otros llaman el de Scoto) y que tiene justamente los efectos contrarios que el de Leza.