Ahora que el futuro nos escatima las sorpresas, el pasado irónicamente nos las prodiga, extrayéndolas de nuestro propio olvido. En el "Encontronazo" me enteré, gracias a las fotocopias que algún alma caritativa nos dispensó, de la existencia de la revista Llama, que había olvidado por completo. La sorpresa fue mayor al ver mi nombre al pie de un par de colaboraciones cuyos títulos parecían robados a María Ostiz o a José Luis Perales o —todavía peor— a un festival de la OTI: Sembrando amor y Eso que se llama amor. Si no caí fulminado de bochorno sin duda se debió a que, viniendo de tan lejos —nada menos que desde los catorce años—, el rubor se fue transformando por el camino y me llegó convertido en ternura. Cómo no enternecerse —ahora— ante semejantes efusiones de pío amor, empalagosas y vacuas, tan poco nutritivas como las nubecillas de azúcar pinchadas en un palo que venden a los niños en la feria. Cuánta hormona sublimada se adivina detrás de esos místicos almíbares; cuanto deseo estrangulado en flor detrás de esas pajuelas arcangélicas. No puede uno, sin embargo, sacudirse del todo la incredulidad. ¿Fue verdad todo aquello? ¿Nos lo creíamos o éramos ya lo bastante adultos como para practicar la hipocresía con desparpajo?
Pese a lo breve de su vida —tres números nada más—, no son pocos los solaces que depara la revista. Uno de ellos es observar la maestría de Jócaci en el uso de "Señor", ese vocativo tan de moda en aquellos tiempos de Michel Quoist. Valía igual para un roto que para un descosido; bien para disimular la cojera de un verso, bien para despertar con un pinchazo de tensión interpeladora a una frase que desfallecía; podía ir al comienzo de un verso, pero su eficacia crecía si se intercalaba. Quien quiera recordar cuán literaria era nuestra piedad, que lea la Oración por un borracho, atribuible ex silentio a Jócaci, que era el director y factotum del invento.
En el segundo número Calzada imparte una lección de Gnoseoteología matemática que para sí quisiera el mismísimo Wittgenstein. No tiene desperdicio. Y un poco más adelante, en ese mismo número, Chiriti tiene la vesánica ocurrencia de recordarnos que Dios no duerme la siesta y nos conmina a una imposible oración canicular. Hombre de Dios, Chiriti, qué codicia de santidad la tuya. No tenías bastante con el resto del día que quisiste expropiarnos ese tórrido islote de sensualidad —la siesta veraniega— en el que la tentación se presentaba tan irresistible que hacía casi disculpable la caída —o, al menos, el estirar hasta el límite mismo con lo infernalmente punible la delectatio morosa, transmigrando, por ejemplo, al cuerpo de Sinuhé —lectura de aquellos tiempos— para contemplar a través de sus ojos los pechos de Nefernefernefer flotando con los pezones erectos entre los nenúfares de su estanque.
Pero la máxima puntuación (twelve points, douze points) hay que adjudicársela sin la menor sombra de duda a Somalo por la inserción en una de sus colaboraciones de un proverbio en genuino chino mandarín: "El homble cuya cala no sonlíe no debe ablil una tienda" y añade a continuación: "Traducidlo vosotros mismos". Genial.
Alfonso Fernández Alonso (Ligorio)
domingo, 3 de octubre de 2010
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2 comentarios:
Querido Alfonso: Tengo que decirte que disponemos de siete números de la revista Llama y que en el encuentro allí estaban fotocopiados. Te enviaré los números 4,5,6 y 7 escaneados gracias a la gentileza del director que me los hizo llegar y cuando nos veamos, si quieres, te entregaré copia en papel. Hay más artículos que merecen la pena comentarse, pero siempre echando cincuenta años atrás nuestra memoria.
Ay Ligo,carísimo amigo, que ya te lo ha dicho Paco: no fueron solo tres números sino tres años y siete números. Temo, si el rubor se te hizo ternura, que la ternura se te torne en congoja. Ya he dicho a Rivas que, en honor a la verdad, algo mejoramos del uno al siete y de los 14 a los 17, pero así y todo la cosa tiene sus pelendengues.
Me propongo (antes de que se nos vaya el año)resumir en menos de dos folios la intrahistoria de la publicación y su ficha técnica para la posteridad. El elenco de colaboradores resultó más amplio de lo que yo mismo recordaba.
Ligorio, tienes sobrada esgrima para estoquearnos hasta la provocación, para que desenvainemos y choquemos las palabras; pero algunos hemos de mordernos las yemas (de los dedos) porque estamos aún más en el labora que en el ora y lo de escribir es pura plegaria.
Alejandro Rivas intuye que se avecina la restauración de “Llama”, lo que suena casi a la vuelta de los albigenses. A mí me parece, después de ver al grupo que nos reunimos en Alberto Aguilera, que esa "Llama, última época" podría ser una revista sexagenaria de lo más irreverente, provocadora y divertida que escribirse pueda en nuestro solar patrio. Tú ya has puesto alguna columna y espabilado la mecha. No nos tires de la lengua y menos de la tecla: es peligroso. Un fuerte abrazo, compañero sin ñoñeces. José Mª Calvo Cirujano.
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